Julio Antonio. Escultor

“Julio Antonio era un joven escultor muy bien dotado por la naturaleza. Creo que era de Tarragona, y tenía el tipo de un romano. Era un hombre de fortuna: en la vida todo le había salido bien, y abusaba un poco de su suerte y de sus condiciones. Julio Antonio tenía grandes facultades para su oficio y era capaz de hacer bustos magníficos con una gran expresión.”

Con estas palabras resume Pío Baroja lo que fue la vida de Julio Antonio, una vida corta de unos 30 años caracterizados por una gran producción artística y su amor al arte.

“Un joven moreno que posaba sus ojos sobre las líneas que yo trazaba con el carbón. Su rostro era hermoso, de color aceitunado, la boca grande y sensual, ambiciosa de vida, la nariz aguileña y sus manos, fuertes de creador.” (Victorio Macho)

Julio Antonio, o Antonio Rodríguez Hernández, nace en Móra d’Ebre en 1889, y desde muy pequeño deja entrever su vocación por el arte, especialmente por el dibujo y la escultura.

Su formación se inicia en su pueblo natal, de la mano del maestro Lluís Vinyes Viñales, que lo introdujo en el mundo del dibujo y del arte.

Fotografia de la família de Julio AntonioFamilia de Julio Antonio (1895)

En 1896 la familia se traslada a Tarragona, y Julio Antonio asiste a las clases del Ateneo Tarraconense de la Clase Obrera. Sus profesores fueron Marià Pedrol, de dibujo, y Bernat Verderol, de escultura. El Museu Arqueològic de Tarragona y las esculturas, inscripciones y tapices de la catedral de Tarragona, donde Julio Antonio solía ir, empezaron a configurar su memoria artística con imágenes e ideas que después materializaría en sus obras.

En 1897 su padre, sargento primero de infantería, es destinado a Cuba, y su madre, sus dos hermanas y Julio Antonio se trasladan a Barcelona, donde él continuará su aprendizaje en el taller del escultor Feliu Ferrer i Galzeran.

La familia también residió en Murcia, donde se trasladó en 1903 y donde Julio Antonio realizó su primer grupo escultórico: Flores malsanas. Julio Antonio aún no había adoptado su nombre artístico y se le conocía como Antonio Rodríguez.

En 1907 recibió una beca de la Diputación de Tarragona para estudiar en Madrid, oportunidad que le permitió empezar a trabajar en el taller del escultor Miquel Blay (Olot, 1866 – Madrid, 1936), uno de los escultores más renombrados del país y que le proporcionó un gran conocimiento técnico de su trabajo.

Durante esta época asienta las bases teóricas de su futuro, compartiendo reuniones y discusiones de literatura, música, poesía y arte con Miquel Viladrich, Victorio Macho, Enrique Lorenzo Salazar y Lluís Bagaria, entre otros.

Después de un tiempo en el taller de Miquel Blay, en 1908 Julio Antonio y su compañero, el pintor Miquel Viladrich, deciden montar su taller en la calle Villanueva de Madrid. Compartieron el taller, la casa, el poco dinero del que disponían, las necesidades y el rigor invernal. Trabajaban intensamente día y noche y pagaban a modelos cuando sus ingresos se lo permitían.

También conrea la amistad del escritor Ramón Gómez de la Serna, el cual años más tarde, en 1915, fundó en Madrid la famosa Tertulia de la Cripta del Pombo, por donde pasaron numerosas personalidades del mundo literario y artístico como Julio Antonio.

Los escritos de Gómez de la Serna han sido esenciales para conocer la vida y la obra de Julio Antonio:

“Aparece a veces con su cara de cantaor flamenco, con su mirada tosca y renegrida, y sus manos de cachetero, de matarife, manos que accionan en el aire como si llenas de barro hurgasen el barro, el dedo índice siempre «palillo» del escultor que modela lo que dice… Cada vez habla más por señas como un mudo, y se hunde más en el limbo de su barro, mientras crece su prestigio como uno de esos altos chopos de Segovia.”

“En escultura se necesitaba al resurrector, y Julio Antonio viene con ese cometido de resurrector de la carne y del espíritu. En sus obras no sobra como en la de los Oslés y como en los discípulos de Rodin y de Meunier, barro, siempre en mayor o en menor cantidad, barro. Tiene el acierto y la fidelidad del fiel, un fiel ideal, preciso, cuando su mano coloca o quita de un rasguño un pedazo de barro sobre el barro húmedo.” (Gómez de la Serna)

Julio Antonio, tenia claro cuáles eran las fuentes de las que debía beber para formarse como artista, de quién debía aprender y cómo debía hacerlo. Gracias a una beca de viaje que le otorgó la Diputación de Tarragona, el escultor pudo viajar, durante tres meses, por Italia con su madre, donde visitó Roma, Florencia y Nápoles. Este viaje le permitió acercarse a la obra de dos de los grandes escultores que, juntamente con Rodin, más le influenciaron en su trabajo: Donatello y Miguel Ángel.

“Yo pediré protección a las grandes obras de los grandes maestros clásicos, les diré que me enseñen dónde está el misterio de la forma y de la belleza y es indudable que estudiándolas y rechazándolas mucho me lo dirán, y entonces será cuando haré mi obra.” (Julio Antonio)

Al regresar de Italia, se instala en Almadén, con Enrique Lorenzo Salazar —discípulo y amigo incondicional de Julio Antonio—, donde trabaja en los Bustos de la raza, una serie de esculturas en las cuales el artista pretendía sintetizar el espíritu de la gente que habitaba los pueblos de España.

En 1910 inicia su relación con los hermanos Romero de Torres, Julio y Enrique. Esta amistad, especialmente con Julio, y su amor por Andalucía se tradujeron en unos resultados concretos en su producción: el monumento que el escultor quería realizar al torero Lagartijo, La mujer de la mantilla, dos dibujos y una prueba del grabado Homenaje a Córdoba.

En el año 1911 gana el concurso para hacer el Monument als Herois de 1811 que el Ayuntamiento de Tarragona había convocado para conmemorar la gesta de los hombres que murieron defendiendo la ciudad durante la Guerra del Francés. Su proyecto fue seleccionado por delante de las propuestas de Anselm Nogués y de Carles Mani.

Julio Antonio traslada el taller de Madrid a un anexo de la Fundición Codina en Madrid en 1912. El estudio fue un lugar de reunión de artistas y intelectuales de la época, y el hecho de trabajar en la fundición, en un estudio de dimensiones más amplias, le permitió trabajar en obras de gran envergadura, como el Monumento a Chapí, que actualmente se encuentra en el Parque del Retiro de Madrid; el proyecto de Monumento a Richard Wagner, y la escultura de San Juan, que solo conocemos por fotografía.

Durante la década de 1910 proyecta y realiza un importante número de monumentos que lo sitúan como uno de los artistas de más renombre del país. Muchos monumentos son para el reconocimiento de personajes diversos, pero también para representar conceptos más sublimes, como el trabajo, la poesía o la espiritualidad.

Algunas de estas obras surgen de un encargo y otras las hace por iniciativa propia; en todas predomina la búsqueda de la auténtica identidad del tema expresado mediante la serenidad formal.

El taller de Julio Antonio. D’esquerra a dreta, Enrique Lorenzo Salazar, Agustín Mediavilla”el Choco”, Ernesto Menager i Julio Antonio tocant la guitarra (Madrid, 1916)De izquierda a derecha, Enrique Lorenzo Salazar, Agustín Mediavilla “el Choco”, Ernesto Menager i Julio Antonio tocando la guitarra (Madrid, 1916)

En 1916 instaló un pequeño taller en Valencia, donde se trasladaba normalmente para visitar a su familia y para recuperarse de la enfermedad que ya empezaba a mermarle la salud. En esta ciudad empieza a idear un proyecto de gran envergadura, el monumento El faro espiritual, un monumento de 70 metros de altura portador de valores morales y espirituales, que se debía erigir en el Cerro de los Ángeles, el punto central de la península Ibérica.

El 15 de febrero de 1919 muere Julio Antonio, en el sanatorio Villa Luz de Madrid, donde había ingresado por medio del Dr. Gregorio Marañón, acompañado de su madre y hermanas, el mismo Dr. Marañón, Enrique Lorenzo Salazar, Julián Lozano, Lluís Bagaria, Moya del Pino, Vázquez Díaz y Ramón Pérez de Ayala.

Su muerte se convirtió en un verdadero luto cultural del cual se hizo gran eco toda la prensa de la época.

Poco tiempo antes, el pueblo de Madrid y sus representantes políticos y culturales le habían rendido homenaje en la presentación pública de una de sus últimas obras, el Mausoleo Lemonier.

“Julio Antonio era de esa calidad de hombres que al morir tienen una fosa de tierra para su cuerpo y otra para su recuerdo en el alma de cada uno de los que lo conocieron.” (Gregorio Marañón)